El feminismo nació el día que una mujer dijo no a los sometimientos que la dominación masculina imponía. O quizás, lo que dijo fue sí, pero lo hizo con inteligencia, como Sherezade hilaba historias cada noche, para no dejar su destino al albur de un hombre, quien además disponía de su vida desde la superioridad que su inventada condición de rey le otorgaba.
Sería difícil situar el inicio del feminismo, pero ahora que se entiende su legado y se toma conciencia de lo que ha costado cada paso, datar su origen, por ejemplo, en los movimientos sufragistas de principios del siglo XX sería dejar en silencio miles de batallas que las mujeres disidentes libraron frente al patriarcado en espacios públicos y privados. Fueron muchas las dificultades que impidieron que sus ecos y hazañas quedaran grabadas, lo que no pasó con las aniquilaciones de pueblos enteros por hombres que dan nombre a calles, plazas o ponen rostro a sellos.
Quizás es complicado creer que las mujeres tienden menos a la violencia cuando están “al mando”, como imaginó Gioconda Belli en El país de las mujeres, teniendo ejemplos como Margaret Thatcher. Lo que sí está claro es que la falta de visibilidad de las heroínas transgresoras nos lleva a pensar en la huella que las relaciones de poder desigual deja en la historia y nos brinda la oportunidad de poner en valor la disidencia procedente de algunos textos literarios.
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