Juan Carlos Onetti escribió que un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre: “La fe los obliga a la acción, a la injusticia, al mal…” (Dejemos hablar al viento). Las lecturas estivales y la creación vuelven a instalar interrogaciones que, lejos de resolverse, amenazan con otras dudas que retomo en este blog.
Al final de El hombre que amaba a los perros, la excelente obra de Leonardo Padura que relata el asesinato de León Trotsky a manos de un Ramón Mercader sometido a los dictámenes del estalinismo, un narrador travieso recién desenmascarado introduce una cuestión clave: “¿Me preguntaron a mí, le preguntaron a Iván, si estábamos conformes con posponer sueños, vida y todo lo demás hasta que se esfumaran (sueños, vida, y hasta el copón bendito) en el cansancio histórico y la utopía pervertida?”.
Creer o no creer en la posibilidad de un proyecto colectivo, tras ese duro aprendizaje de un siglo XX lleno de experiencias que quebrantaron el respeto a la diferencia, sigue siendo un asunto fundamental que encuentra en la literatura un lenguaje apropiado para manifestarse. Si bien su propósito no sea resolver qué lado de la bifurcación nos conviene tomar, sino abrir muchas otras posibilidades –como nos recordaba Javier Cercás en El punto ciego-, la ficción puede encarnar a través de sus personajes, como probablemente ningún género, esa resistencia que pugna por dar visibilidad a una voz individual. Voz que de alguna manera contradice o se convierte en disidente con el metarrelato del poder que exige la fe ciega de sus seguidores.
Intentar dilucidar si Padura escribió en esa novela sobre la creencia o el desencanto me pareció un gesto inútil. En parte porque no lograba atisbar que esa utopía pervertida tuviera como única salida el cinismo. Si algunos de los que la habían padecido y alimentado se habían convertido en cínicos, había otras formas de mirar a un presente que sobre las ruinas de variadas perversiones había edificado nuevos discursos totalizantes en los que nos estamos dejando ahogar.
Si por unos minutos creí entender que los personajes de Padura y los de Ceniza de ombú (novela que acabo de terminar)* estaban a años luz –aquellos porque el dogma de un mundo mejor les había hecho peores personas y estos porque encontraban precisamente en esa búsqueda una forma de redención- necesité algunas horas más, incluidas las del sueño, para reparar en que la brecha no era tan grande. Una se paraba a narrar desde algún lugar y, si Padura no podía desprenderse de la experiencia de haber vivido la revolución cubana y sus involuciones, los personajes de mi novela tampoco podían dejar de lado mi experiencia y andanzas por coordenadas temporales y geográficas cuya coincidencia con las suyas o con cualquier otras era imposible.
La preocupación por el medio ambiente (cómo no entender a estas alturas el alcance de esa dependencia), el hecho de ser mujer y aborrecer muchas de las consecuencias del patriarcado, la creencia de que los seres humanos tenemos los mismos derechos independientemente del lugar de donde procedamos y el desprecio por esa fe ciega a la que hacía referencia Onetti, la misma que llevó a Mercader a asesinar a Trotsky y que todavía hoy consiente atropellos en nombre de algún dios, partido, empresa transnacional o salvaguarda de los privilegios de unos pocos, sin duda condicionaron la construcción de mis personajes, también en sus contradicciones.
Encarnan la resistencia al gran discurso totalizante y lleno de dogmas de este capitalismo salvaje y depredador que nos deja a la intemperie y llega a provocar, por ejemplo, que comunidades y personas vean contaminados sus ríos y, con ello, su sustento y forma de vida para que otros acumulen lingotes de oro en los sótanos de un banco suizo. ¿O es que tiene mucho sentido que el argumento para no acoger a los refugiados sea que lo que necesita la economía para ser productiva es mano de obra especializada? Y no es una broma, lo escuché en estos días en un informativo español a un miembro de la patronal alemana.
Hay demasiadas imágenes que rompen los ojos y que ponen rostro en cualquier rincón del mundo a este relato omnipresente que erosiona la posibilidad del proyecto colectivo en aras de la acumulación ridícula del capital en cada vez menos manos. Se instaura como forma de vida que limita la propia permanencia del ser humano y otros seres no humanos en el planeta, y va dejando llagas en los espacios más íntimos de nuestra naturaleza. ¿Cómo no responder con personajes que surgen espontáneos de la mente de la creadora o el creador?
Sus nombres, reconocibles o anónimos, llenan las páginas de obras de ficción, pero también tienen sus contraparte en una realidad llena de claroscuros. Es la propia contradicción humana y el peso de las condicionamientos culturales y sociales la que, aunque nos impide ser heroínas y héroes, también nos conduce a realizar los gestos que pueden romper con las inercias más perversas. Como les pasa a las “trágicas criaturas cuyos destinos están dirigidos por fuerzas superiores que los desbordan y manipulan hasta hacerlos mierda” de la novela de Padura.
Es cierto que la mayoría de las veces formamos parte del inmovilismo, pero esos personajes también saben prender en nosotras la semilla para hacer frente, un poco más cada día, a un modelo de desarrollo inhumano que deja muchos excluidos en la cuneta. Porque la fé cega, como escribieron Milton Nascimiento y Ronaldo Bastos, es faca amolada.
*Todavía sin fecha de publicación, pero espero poder anunciarla pronto en este blog.
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