*El 27 de marzo del 2020 se cumplen ocho años de la muerte de la autora.
Si algo me ha enseñado la literatura es su imprevisibilidad. En la vida, enredada, se comunica con un lenguaje que no es fácil de interpretar, pero siempre acaba aportando sentido. Hace unos meses me llegó a casa un libro con los ensayos de Adrienne Rich (Essential Essays. Culture, Politics, and the Art of Poetry)[1]. Solo había leído su poesía y su lectura se convirtió en una revelación.
No era la primera vez que un libro llegara a mis manos cuando más lo necesitaba. Siempre hay algo de voluntad propia escondida en ese gesto, pero preferí fabular, construir el mito, insistir en la casualidad del milagro que solo la literatura era capaz de propiciar. En este caso contó con la ayuda de la escritora y crítica Myriam Diocaretz, primera traductora de los poemas de Rich en lengua española, quien había pedido a su hijo Pablo Conrad, director de la fundación Adrienne Rich Literary Estate de Nueva York, que me lo enviara. En aquellos días recuerdo que Myriam también me hizo llegar el poema Blue Rock que Adrienne le dedicó cuando ella era una autoexiliada chilena en Estados Unidos:
(…) The light of a blue rock
from Chile swimming in the apricot liquid
called Eye of the Swan this is a chunk of
your world, a piece of its heart split
from the rest, does it suffer? You needn’t
tell me. Sometimes I hear it singing
by the waters of Babylon in a strange land
sometimes its just lies heavy in my hand,
with the heaviness of silent, seismic knowledge
a blue rock in a foreign land, an exile
excised but never separated from the
gashed heart, its mountains, winter rains
language native sorrow.
Que el lenguaje de Rich nos sea tan cercano, incluso cuando el inglés no sea nuestra lengua materna, tiene varias explicaciones que sus ensayos van deshilvanando. Rich, como Sandra M.Gilbert señala en la introducción de Essential Essays, escribe para las mujeres, especialmente para lesbianas, afro, de clase trabajadora, judías y, en general, para aquellas “desplazadas por el capital”. Aquí cabemos casi todas. Buena parte de su obra fue escrita en los años sesenta y setenta. Lo personal, lo poético y lo político fue para Rich una misma cosa.[2] Por eso el resultado de su poesía es complejo y real.
En sus ensayos, Adrienne Rich mira al legado de otras escritoras: Charlette Brontë, Emily Dickinson… Recupera lo que le están diciendo, lo transmite al futuro. Permite que nos reconozcamos en sus escritos a través de temas y una sensibilidad que los hombres no habían sabido abordar. Leyendo a Adrienne Rich podemos entender la universalidad de nuestras experiencias como mujeres o reconocernos en esa lucha diaria contra el tiempo de una escritora que quiere continuar con el proceso creativo. Y ojo, no estoy diciendo que no la puedan disfrutar los hombres. Pero algunas de nosotras entendemos esa búsqueda hambrienta de huecos que materialicen el tiempo para la escritura, la angustia que nos produce no tenerlo cuando el cuidado de las hijas es insuficientemente compartido o el trabajo de todos los días procura la supervivencia. Si Rich, a sus cuarenta y cinco, desea conocer incluso sus límites[3], muchas ya hemos entendido que para nosotras escribir es como respirar. Aunque como Adrienne Rich lo deja recogido en su ensayo negro sobre blanco:
“Si es estimulante estar viva en un tiempo de despertar de la conciencia, puede también ser confuso, desorientador y doloroso”.[4]
En el texto When we dead awaken, writing as Re-Vision (1971), Rich se refiere a la obra homónima de Ibsen que versa “sobre el uso que el artista y pensador macho hace sobre las mujeres, en su vida y en su trabajo, y la lucha lenta de una mujer que despierta y toma conciencia de cómo ha sido utilizada su vida”. Señala que la revisión -entendida como la acción de mirar atrás con ojos frescos, de mirar un texto viejo con una perspectiva crítica- es un acto de supervivencia para una mujer.
“Hasta que no comprendamos la suposiciones en que hemos estado ahogadas no podremos conocernos a nosotras mismas. Y esta urgencia de autoconocimiento para las mujeres es más que una búsqueda de identidad, es parte de nuestro rechazo al carácter autodestructivo de la sociedad de dominación machista…”[5]
A principios de los años setenta, la poeta llama a conocer los escritos del pasado de forma distinta a como han sido divulgados hasta ahora. Reflexiona:
“Para la mujer escritora, el espectro de esta clase de juicio machista unido al control machista de la cultura que ha desfigurado y frustrado sus necesidades, crea problemas: problemas de contacto con ella misma, problemas de lenguaje y estilo, problemas de supervivencia, problemas de energía”.
Nos invita a que pensemos en nuestros modelos como escritoras, quizás todavía preponderantemente masculinos, y añade que una de las cosas que permite que sigamos atrapadas es el lenguaje. El mismo que a su vez apunta una posibilidad de liberación. Su voz propia entiende que éste no es un detalle menor, ya que si “el acto de nombrar ha sido hasta ahora una prerrogativa masculina” su identificación también abre una posibilidad para empezar a nombrar de otra manera.
Su reflexión nos lleva a cuestionarnos el hecho de haber sido dominadas y obedientes demasiado tiempo, o de haber padecido en nuestra piel la desigualdad, las latentes pequeñas violencias simbólicas y machistas que la sociedad impone y que nos hacer ser más consciente de nuestra voz. Transgredir es por lo tanto un imperativo que pone semillas a nuevas formas del uso del lenguaje, algo que va más allá de ser disidentes con el masculino “genérico”, producto de una imposición lingüística patriarcal, que nos invisibiliza. También hay una necesidad de encontrar un punto de vista que no es el de la historia tantas veces contada por los hombres. Rich, a través de sus ensayos, nos contagia su aspiración de crear situaciones subversivas que nos retan y pueden ser compartidas con nuestras iguales.
Es curioso como la sumersión en los ensayos de Rich te va insuflando la urgencia de volver a su poesía. Al principio de estas letras me referí a la imprevisibilidad, la necesidad… Eso era precisamente lo que sentí tras la lectura de sus ensayos. Entendí que sus poemas se abrían a nuevas significaciones, más complejas, más conscientes, más profundas. Así que busqué en mi biblioteca la Antología Poética, cuya edición corrió a cargo de Myriam Diocaretz, publicada por Visor en 1986. Allí, la propia poeta señala en el prólogo que escribiendo poesía ha conocido una “intensa felicidad y el peor de los temores” y que se mostrará complacida si sentimos en ellos “la respiración de una mujer que vive, que intenta cumplir su función en el mundo y que todavía sigue afrontando decisiones y fronteras”. Lean y decidan. A mí me queda claro. Y a veces basta un leer un poema como “Diving into the Wreck”(Buceando hacia el naufragio), que suena así en la traducción de Diocaretz:
Vine a explorar el naufragio.
Las palabras son propósitos.
Las palabras son mapas.
Vine a verificar el daño
y a ver los tesoros que permanecen.[6]
Quien quiera sumergirse en estas lecturas está de enhorabuena porque en Sexto Piso publicó en 2019 su poemario El sueño de una lengua común en edición bilingüe (original y español), con traducción de Patricia Gonzalo de Jesús. Además, el poemario a cargo de Diocaretz también será reditado próximamente por Visor en bilingüe, con traducciones revisadas y la introducción actualizada. Aunque ambos libros comparten muchos de los poemas, hay otros que solo se pueden encontrar en uno u otro. Es el caso, por ejemplo, de “Diving into the Wreck” –que solo aparece en la antología recogida por Myriam Diocaretz- o “Hunger”, que lo podremos leer exclusivamente en la publicación de Sexto Piso y es así de imprescindible:
Pueden gobernar el mundo mientras sean capaces de convencernos
de que nuestro dolor está dispuesto en un determinado orden.
¿Es la muerte por hambruna peor que la muerte por suicidio,
que una vida de hambruna y suicidio, si una lesbiana negra muere,
si una prostituta blanca muere, si una mujer genial
se mata de hambre para alimentar a otros,
el odio a sí misma cebándose en su cuerpo?
Algo que nos mata o que nos deja medio vivas
arremete haciéndose pasar por “fuerza mayor”
en el Chad, en el Níger, en el Alto Volta:
sí, ese dios masculino que obra en nosotras y en nuestros hijos,
ese Estado masculino que obra en nosotras y en nuestros hijos
hasta que nuestros cerebros quedan embotados por la malnutrición
pero aguzados por el ansia de supervivencia,
nuestras energías agotadas a diario en la lucha
por legar una especie de vida a nuestros hijos,
por cambiar la realidad para nuestros amantes
incluso en una sola trémula gota de agua.[7]
Tenerlos cerca y poder revisarlos puede mostrarnos las distintas vidas de los poemas: la que escribió la escritora, definitivo; y las traducciones que necesitamos en nuestra lengua materna, que fluyen placenteras. El acierto de ser publicadas en bilingüe deja que saboreemos las diversas interpretaciones de las traductoras, que comparten esa vida que mira desde ojos de mujer y que transforman, de una u otra forma, la manera de enfrentarnos a la literatura.
Referencias:
[1] Traficantes de Sueños publicó en 2019 Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución, con traducción de Ana Becciu.
[2] Sandra M. Gilbert, “The Treasures That Prevail”, prólogo de Adrienne Rich. Culture, Politics, and the Art of Poetry. Essentian Essays, Norton, New York/London, 2018.
[3] Referencia al poema III de sus Veintiún poemas de amor, 1974-1976.
[4] When we dead awaken, writing as Re-Vision (1971) fue recogido en On Lies, Secrets and Silence. Selected Prose 1966-1978 y da inicio a los ensayos de Essential Essays (2018).
[5] When we dead awaken, writing as Re-Vision (1971), Essential Essays (2018), pág. 4.
[6] I came to explore the wreck./The words are purposes./The words are maps./I came to see the damage that was done/ and the treasures that prevail. Poema recogido en Diving into the Wreck, Poems 1971-1972 (1973).
[7] Extracto de “Hambre”, en Adrienne Rich (2019), El sueño de una lengua común, traducción de Patricia Gonzalo de Jesús, Sexto Piso, Ciudad de México (pág.33).
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