La literatura siempre ha revelado una cierta relación entre los seres humanos y la naturaleza y, en algunos casos, ha transmitido una visión sobre ella (acuden a la cabeza inmediatamente los Románticos). Existe, de hecho, una “literatura de la naturaleza”. Y existe una disciplina, no tan joven, la Ecocrítica, que aplica su capacidad de análisis sobre esa relación entre la literatura y el medio ambiente.
Entre las lecturas recientes, me viene a la mente la fuerte presencia de la naturaleza en la “muchovendida” (tomo prestada la palabra a Ramón Buenaventura) Trilogía de Baztán, escrita por Dolores Redondo. El río Bidasoa, los bosques y montes del Valle de Baztán, donde se asoman, recogidos de las mitologías vasco-navarras, seres como el basajaun, el guardián del bosque (así se titula el primer volumen de la trilogía), y la mari, personificación de la madre tierra, reina de la naturaleza. Y en el terreno de “los clásicos”, puedo mencionar a Miguel Delibes y su Señor Cayo, con quien me reencontraba este verano: un ejemplo cercano de lentitud y de buen vivir, con todo mi respeto por el sumak kawsay andino.
Pero, más allá de telones de fondo ambientales, me interesa hablar de una narrativa más comprometida con los tiempos, que específicamente refleje los problemas y la crisis ambientales. Y puede decirse que se encuentran cada vez más referencias. En el mundo angloparlante existe cierta tradición; allí J.G. Ballard, por ejemplo, firma algunos de sus novelas más conocidas, como La sequía, en los años sesenta. Recientemente, se ha puesto nombre a un nuevo subgénero dentro de la ficción, la “ficción climática” (CliFi en inglés) y se imparten asignaturas y cursos especializados en algunas universidades.
Una muestra de todas estas obras que abordan la crisis ambiental es precisamente la que se pretende mostrar mediante una iniciativa que puse en marcha a comienzos de este año: el Ecoclub de lectura (al final se muestra también el enlace con el perfil en Facebook)
La idea es, sencillamente, poder compartir algunas lecturas que he ido haciendo en los últimos años y otras que iré acometiendo en los próximos (espero contar con sugerencias de seguidores y amigos de la iniciativa). El objetivo es compartir virtualmente lecturas, pero también conversar sobre ellas cara a cara, al menos con quienes viven en Madrid y se van animando a participar en alguna de las sesiones presenciales organizadas.
El Ecoclub de lectura comenzó con la lectura de un autor inglés, Ian McEwan, y siguió con un norteamericano, Roberto Bacigalupi, y un alemán, Frank Schatzing. Pero aunque la traducción de “Ecofiction” no está en el diccionario de la RAE, además de autores que escriben en inglés, los hay que escriben en español. Ya ha pasado por el Ecoclub Rafael Chirbes, con su excelente Crematorio, que disecciona la urbanización salvaje de nuestro litoral, y este otoño compartiremos mesa, en sentido literal, con José Ardillo, que en El salario del gigante nos ofrece un escenario plausible para la España (y el mundo) de finales de este siglo XXI, y con Concha López Llamas que, en Beatriz y la loba aúna violencia patriarcal contra las mujeres y contra los lobos. Y pasarán autores que escriban sobre el Sur y desde el Sur. Desde América Latina, sobre todo, pero también desde Asia y África. Y habrá más mujeres: Margaret Atwood, Barbara Kingsolver y Rosa Montero, están en la lista.
El Sur, se ha manifestado a través de La chica mecánica, que nos transporta a una Tailandia, y a un mundo, de comienzos del siglo XXII, donde el tema de la soberanía y seguridad alimentarias asociadas a la conservación de la agrobiodiversidad es el protagonista principal de la acción. Y el Sur se asomará nuevamente con Ultimatum este otoño, obra que nos muestra la perspectiva de China en el contexto de las negociaciones internacionales sobre cambio climático.
El Ecoclub de lectura puede ser, además, un canal modesto que permita llegar no solo a lectores concienciados e informados sino, todavía mejor, a lectores no tan concienciados e informados y a los que la lectura de una novela pueda introducir de manera amena, e incluso hacer reflexionar, los problemas y conflictos ambientales de nuestro tiempo.
La novela posee el enorme valor de hacernos imaginar el mundo que queremos, sobre todo mostrando lo que no queremos (hay que reconocer que, por ahora, predominan las distopías), lo que puede suceder si desbordamos los límites planetarios. Valgan como ejemplo las palabras, casi iniciales, de El salario del gigante, próxima novela sobre la que conversaremos:
Estamos a comienzos de la primavera del año 2098, Madrid ha devenido una modesta urbe que no alcanza el millón de habitantes, poco contaminada, rodeada de zonas semidesérticas donde se asientan colonias dedicadas al cultivo del lino, olivar, girasol, cáñamo y comestibles, y con un clima de temperaturas extremas: Al norte de la ciudad, en las zonas montañosas se explota la madera y el ganado lanar.
Dice Jonathan Gottschall en The Storytelling Animal: How Stories make us human, que la narrativa es: una antigua tecnología de realidad virtual especializada en simular los problemas humanos. Las novelas pueden hacernos aprender del futuro.
Pero tras ese planteamiento de contribuir al cambio desde la retaguardia, y sin olvidar que la retaguardia trabaja para el frente y resulta imprescindible, como ha escrito Belén Gopequi, me pregunto si cabría aumentar algo las expectativas en relación a la narrativa, dado que no lo estamos haciendo nada bien, en materia de sostenibilidad ambiental. Así lo muestran, por ejemplo, indicadores como la Huella ecológica y el Índice del planeta vivo.
¿Tiene capacidad la novela de dirigirse al corazón, de emocionar, para alentar un cambio cultural en dirección hacia la sostenibilidad que cifras y gráficas no consiguen provocar? ¿Tiene capacidad para ensanchar “la conciencia moral universal”, como pedía Miguel Delibes en Un mundo que agoniza (1979)?: .A mi juicio, el primer paso para cambiar la actual tendencia del desarrollo, y, en consecuencia, de preservar la integridad del Hombre y de la naturaleza, radica en ensanchar la conciencia moral universal.
¿Cabe sacar un mayor partido de nuestra condición de “homo narrans” (lo de homo sapiens no está muy claro), de contadores y escuchadores de historias? Y, teniendo en cuenta los últimos conocimientos en psicología y neurociencia, como desde hace tiempo se hace en el terreno de la comunicación política, ¿puede pensarse, a la hora de construir una historia, en valores (sobre todo en fomentar los intrínsecos frente a los extrínsecos), marcos y metáforas? ¿Puede pensarse en una narrativa más militante que favorezca el cambio cultural en favor de la sostenibilidad ambiental y contribuya a mantenernos dentro de los límites planetarios?
Ecoclub de lectura:
https://www.facebook.com/ecoclubdelectura
https://ecoclubdelectura.wordpress.com/
Autor invitado: Ignacio Santos
No recuerda cuando le contaron o leyeron su primera historia, pero puede decirse con seguridad que cuenta con más de 45 años de experiencia como lector. Consultor en medio ambiente, desarrollo y cooperación internacional con más de 30 años de experiencia. Promotor y coordinador del Ecoclub de lectura.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!